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22 MICRO RELATS QUE NO ET DEIXERAN INDIFERENT

Actualizado: 7 abr 2020


QUIN ÉS EL TEU PREFERIT? T'ATREVEIXES A ESCRIURE EL TEU PROPI MICRO RELAT?


Els microrelats (o microcontes)estan de moda. I és comprensible, a qui no li agrada descobrir una nova història en unes poques frases? Alguns microrelats fins i tot arriben a comptar amb una sola frase. L'únic requisit: que siguiautoconclusiu. Aquests contes en miniatura resulten fascinants per tot el que transmeten en tan poques paraules, perquè la majoria d'ells oculten un rerefons polític, religiós o reivindicatiu. No és només una història breu; és un pensament, una reflexió de l'autor. Poques paraules que parlen de molt.

Consells sobre com escriure n'hi ha de tot tipus, i de com escriure microcontes també. El microconte ha tingut molt d'èxit entre autors de totes les llengües.

En català segurament els més coneguts són els de Pere Calders, per si no us sona de res, podeu llegir aquests 5: Nota biogràfica Em dic Pere i dos cognoms més. Vaig néixer abans d’ahir i ja som demà passat. Ara només penso com passaré el cap de setmana. Història castrense Si els hagués manat de saltar per la finestra, ho haurien fet gairebé amb alegria, perquè hi confiaven cegament. Fins que un dia els ordenà que saltessin per la finestra, i aleshores desertaren tots, perquè un home que disposa coses així no és de fiar. Discreció Van convidar-lo a pensar i digué que no volia donar molèsties, que ja pensaria a casa. El mirall de l’ànima No ens havíem vist mai, enlloc, en cap ocasió, però s’assemblava tant a un veí meu que em va saludar cordialment: ell també s’havia confós. L’exprés Ningú no solia dir-li a quina hora passaria el tren. El veien tan carregat de maletes, que els feia pena explicar-li que allí no hi havien hagut mai ni vies ni estació.


D'altres autors catalans:


A cadascú el que sigui seu” Joaquim Carbó, El jardí de Lil·liput

El pacient ja feia vida normal quan el van informar de la necessitat d’una nova intervenció del tot imprescindible per poder recuperar un petit instrument que la infermera, un pèl despistada, havia oblidat en algun racó del budellam. L’eina era un obsequi d’un famós Nobel a l’hospital. L’home s’hi negà, però el jutge, que era un fanàtic del dret de propietat, va actuar en conseqüència. L’anècdota pot semblar trista perquè l’ex-malalt va tenir la pega de deixar-hi la pell. Però, en canvi, li va correspondre la glòria de fer jurisprudència

Isabel-Clara Simó,Perfils Cruels(1995), part 13 Contes Mínims

La nena monstruosa jeu al llit de l’hospital, on ha viscut sempre. No té cames; li falta part del crani; el fetge és inflat, immens. Obre l’únic ull i mira, terroritzada, la infermera que avança cap al llit, amb una injecció a les mans.

És una dona compassiva, la infermera, i es disposa a matar aquell monstre, que tant

pateix. La nena no pot parlar, però el seu ull crida com una boca ferida: “No em

matis! Jo vull viure!” Es fa tot fosc.

En castellà:


Estic segura que tothom ha llegit, escoltat, imitat, repetit, pensat, avorrit i criticat el d'Augusto Monterroso, sí, el del dinosaure. I què n'opinava dels microcontes l'escriptor considerat com a mestre d'aquesta modalitat narrativa? Això:

"Si a uno le gustan las novelas, escribe novelas; si le gustan los cuentos, uno escribe cuentos. Como a mí me ocurre lo último, escribo cuentos. Pero no tantos: seis en nueve años, ocho en doce. Y así. Los cuentos que uno escribe no pueden ser muchos. Existen tres, cuatro o cinco temas; algunos dicen que siete. Con ésos debe trabajarse. Las páginas también tienen que ser sólo unas cuantas, porque pocas cosas hay tan fáciles de echar a perder como un cuento. Diez líneas de exceso y el cuento se empobrece; tantas de menos y el cuento se vuelve una anécdota y nada más odioso que las anécdotas demasiado visibles, escritas o conversadas. La verdad es que nadie sabe cómo debe ser un cuento. El escritor que lo sabe es un mal cuentista, y al segundo cuento se le nota que sabe, y entonces todo suena falso y aburrido y fullero. Hay que ser muy sabio para no dejarse tentar por el saber y la seguridad".


Més Microcontes d'arreu del món:


Final para un cuento fantástico, de I.A. Ireland

-¡Que extraño! -dijo la muchacha avanzando cautelosamente-. ¡Qué puerta más pesada! La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe. -¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos! -A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha. Pasó a través de la puerta y desapareció.




El gesto de la Muerte, de Jean Cocteau

Un joven jardinero persa dice a su príncipe: -¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán. El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta: -Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza? -No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.


Abril, de Beatriz Alonso Aranzábal

Me senté en la última fila del autobús escolar, suplicando baches. Por fin salíamos de excursión toda la clase, y mis compañeras se regocijaban en sus asientos, mientras piropeaban al conductor. La profesora decía que la primavera no tiene remedio. Unos días antes yo había hecho el amor por primera vez. Sin precauciones.


Ángeles, de Espido Freire

Apostados cada uno en una esquina de la cama le veían cada noche rezar y dormir. Una vez quisieron mostrarse. El niño rompió a gritar y su madre trató de convencerle de que los monstruos no existían. Ellos bajaron la cabeza, avergonzados, y ocultaron su fealdad tras sus alas.


La tacita, inédito de José María Merino

He vertido café en la tacita, he añadido la sacarina, remuevo con la cucharilla y, cuando la saco, observo en la superficie del líquiedo caliente un pequeño remolino en el que se dispersa en forma elíptica la espuma del edulcorante mientras se disuelve. Me recuerda de tal modo una galaxia que, en los cuatro o cinco segundos que tarda en desaparecer, imagino que lo ha sido de verdad, con sus estrellas y sus planetas. ¿Quién podría saberlo? Me llevo ahora a los labios la tacita y pienso que me voy a beber un agujero negro. Seguro que la duración de nuestros segundos tiene otra escala, pero acaso este universo en el que habitamos esté constituido por diversas gotas de una sustancia en el trance de disolverse en algún fluido antes de que unas gigantescas fauces se lo beban.


Sueño de la mariposa, de Chuang Tzu 

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.


El Pozo, de Luis Mateo Díez

Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior. «Este es un mundo como otro cualquiera», decía el mensaje.


La clepsidra, de Javier Puche

Perseguido por tres libélulas gigantes, el cíclope alcanzó el centro del laberinto, donde había una clepsidra. Tan sediento estaba que sumergió irreflexivamente su cabeza en las aguas de aquel reloj milenario. Y bebió sin mesura ni placer. Al apurar la última gota, el tiempo se detuvo para siempre.


El nacimiento de la col, de Rubén Darío

En el paraíso terrenal, en el día luminoso en que las flores fueron creadas, y antes de que Eva fuese tentada por la serpiente, el maligno espíritu se acercó a la más linda rosa nueva en el momento en que ella tendía, a la caricia del celeste sol, la roja virginidad de sus labios. -Eres bella. -Lo soy -dijo la rosa. -Bella y feliz – prosiguió el diablo-. Tienes el color, la gracia y el aroma. Pero… -¿Pero?… -No eres útil. ¿No miras esos altos árboles llenos de bellotas? Ésos, a más de ser frondosos, dan alimento a muchedumbres de seres animados que se detienen bajo sus ramas. Rosa, ser bella es poco… La rosa entonces –tentada como después lo sería la mujer- deseó la utilidad, de tal modo que hubo palidez en su púrpura. Pasó el buen Dios después del alba siguiente. -Padre –dijo aquella princesa floral, temblando en su perfumada belleza-, ¿queréis hacerme útil? -Sea, hija mía –contestó el Señor, sonriendo. Y así vio el mundo la primera col.


La sentencia, de Wu Ch’eng-en

Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo. Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido. Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes, que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron: -¡Cayó del cielo! Wei Cheng, que había despertado, la miró con perplejidad y observó: -Qué raro, yo soñé que mataba a un dragón así.


Literatura, de Julio Torri

El novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores. La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural.


Temor de la cólera, de Ah’med el Qalyubi

En una de sus guerras, Alí derribó a un hombre y se arrodilló sobre su pecho para decapitarlo. El hombre le escupió en la cara. Alí se incorporó y lo dejó. Cuando le preguntaron por qué había hecho eso, respondió: -Me escupió en la cara y temí matarlo estando yo enojado. Sólo quiero matar a mis enemigos estando puro ante Dios.


La confesión, de Manuel Peyrou

En la primavera de 1232, cerca de Aviñón, el caballero Gontran D’Orville mató por la espalda al odiado conde Geoffroy, señor del lugar. Inmediatamente confesó que había vengado una ofensa, pues su mujer lo engañaba con el Conde. Lo sentenciaron a morir decapitado, y diez minutos antes de la ejecución le permitieron recibir a su mujer, en la celda. -¿Por qué mentiste? -preguntó Giselle D’Orville-. ¿Por qué me llenas de vergüenza? -Porque soy débil -repuso-. De este modo simplemente me cortarán la cabeza. Si hubiera confesado que lo maté porque era un tirano, primero me torturarían.


Mensaje, de Thomas Bailey Aldrich

Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.


Tranvía, de Andrea Bocconi

Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada. «Amplia sonrisa, caderas anchas… una madre excelente para mis hijos», pensó. La saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna. Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera lo conocía. Dudó. Ella bajó. Se sintió divorciado: «¿Y los niños, con quién van a quedarse?»


El dedo, de Feng Meng-lung

Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa. -¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios. -¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.


El Sueño de un Rey, de Lewis Carroll

-Ahora está soñando. ¿Con quién sueña? ¿Lo sabes? -Nadie lo sabe. -Sueña contigo. Y si dejara de soñar, ¿qué sería de ti? -No lo sé. -Desaparecerías. Eres una figura de su sueño. Si se despertara ese Rey te apagarías como una vela.


El Verdugo, de A. Koestler

Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición. Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo: -¿Por qué prolongas mi agonía? -le preguntó-. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros! Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo: -Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.

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